sábado, 13 de enero de 2018

Núm. 60. LAS PANTERAS DE LA AMAZONA

Fecha de publicación: 23 - II - 1980.


Li Chin desarma de una patada a Amancia, cuyas amazonas se aprestan a tensar los arcos y disparar contra la prisionera rebelde. Desde la puerta de la casa, el Guerrero del Antifaz es testigo de la escena y, sin  perder tiempo, salta sobre las arqueras, desbaratando sus planes. Llevada por la ira, la capitana lanza su puñal contra Li Chin, pero el enmascarado lo intercepta en su mortal trayectoria lanzando, a su vez, la daga que lleva en el cinto. Salvada así de una muerte cierta, la oriental golpea nuevamente a su odiada enemiga y le hace morder el polvo. La furibunda amazona, con miras a que la pareja no pueda huir, ordena a las suyas que suelten a las feroces panteras que tiene amaestradas. El Guerrero y Li Chin emprenden la huida hacia la parte superior de la montaña en cuya ladera se alza la ciudad, pero su camino se ve interceptado por los felinos, a los que se ven obligados a hacer frente.
     Las mujeres guerreras se quedan estupefactas y llenas de admiración al comprobar cómo las fieras van cayendo bajo la espada del cristiano. Finalmente, las bestias se retiran con el rabo entre las patas. Acosados por las flechas y lanzas que sus perseguidoras les arrojan, los fugitivos se refugian en una casa de sólida puerta de la que Amancia quiere obligarles a salir prendiendo fuego a la abundante leña que sus subordinadas acumulan alrededor de la vivienda. El humo comienza a asfixiar a los refugiados y, viendo llegar el fin, Li Chin confiesa a su amado que no le resulta tan malo morir junto a él. Pero nuestro héroe no pierde el tiempo y busca una posible vía de escape en la parte superior de la casa, a la que se accede por unas escaleras de madera.
     Mientras tanto, en el poblado de Guruf Kan, Don Luis, Fernando y Soraya se despiden de los enamorados Naduska y Torik Kan, y embarcan en un navío con tripulación que los agradecidos bárbaros les han prestado para su retorno a la patria. Pero antes de poner rumbo hacia España los amigos del Guerrero quieren bordear la costa con la esperanza de que aún siga con vida y puedan encontrarlo. Fernando ve con preocupación la relación mucho más que de solo amistad que existe entre el conde de los Picos y la sultana de Esmirna; para él aquello augura futuras complicaciones.
     En España, Sarita está a punto de volver a ser capturada por los tres bandoleros que la persiguen, cuando se tropieza casualmente con Ramiro y su prisionero Roualdo. El escudero descabalga y se enfrenta a pie a los malhechores; cosa que el de Acebedo aprovecha para huir a todo galope a pesar de estar maniatado. Al verle escapar, Ramiro trata de impedirlo y, desde lejos, le arroja su daga; esta se clava con buena puntería en la espalda del malvado, quien, aun herido, continúa cabalgando a toda velocidad. Después de abatir a golpe de puño a los bandoleros, el escudero coge en sus brazos a Sarita y echa a correr en pos del fugitivo. Este último busca auxilio en la cabaña donde el matrimonio compinchado con él tiene oculta a la condesa de Torres.
     En la ciudad de las amazonas, el Guerrero y Li Chin acceden a la terraza del techo plano de la casa. El humo y las llamas son cada vez mayores y sus enemigas, sabedoras de que antes o después se verán obligados a salir, les esperan preparadas para acribillarles con sus flechas.

NOTAS:

              -Numeración en interior de la contraportada, 403.

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